Encierro

Y se asfixiaba, no podía respirar. Las palabras vagaban por su mente pero no encontraban una salida. Todo se volvía tan familiar. En esta o en otra vida, él había pasado por lo mismo mil veces más. Pero no quería otra experiencia, no quería volver a vivirlo de nuevo, mil veces. ¿Para qué? ¿No había aprendido ya? Miró a su alrededor y se dio cuenta que no podía confiar en nadie. Tenía un nudo en la garganta y seguía sin poder respirar. Estaba en un agujero vacío, oscuro, solo. Encerrado en la nada misma, en una habitación infinita, donde no había puerta, ventana, salida.

-¿Cómo se supone que tengo que hacer? Tiene que haber una escapatoria...

Las voces en su cabeza lo atormentaban. Se continuaban, dispares. Decían frases inentendibles, había risas, llanto. Todo al mismo tiempo dentro de su mente. De ese laberinto, salió una voz. Escuchó muy nítidamente que alguien dijo:  

-Demasiado caos mental, ¿no? 

No supo a quién, pero asintió.

-Demasiada presión, ¿no es así?

Cerró los ojos y se vio encerrado en sus pensamientos. ¿Dónde estaba la llave, la puerta para salir de esa oscura habitación? ¿Dónde estaban las tijeras para cortar esos lazos indescriptibles que enredaban su cabeza? ¿Dónde estaban el inicio y el final? Todo era oscuro, frío, hostil. Todo era negro, como para limitarse, simplemente, a abrir los ojos.

-Quiero respirar, libre, afuera.

Trataba de salir de todos aquellos pensamientos, pero cada vez caía más profundo. Caía en picada, palpando a su alrededor algo de lo que asirse, pero era imposible. Era tomarse la cabeza y ser bombardeado por pensamientos, como los expuestos, que se disparaban como flechas en su mente. Le dolían tantas palabras sin salir, lo ahogaban en su propio vaso de agua. No quería levantar la vista, prefería mirar al piso y sentirse peor, aunque tampoco había nada a lo que mirar. Era estarse encerrado sin saber dónde ni saber cómo salir.


***

Los ruidos exteriores comenzaron a escucharse y, entonces, se despertó. Abrió los ojos y vio la litera de la cama superior. Vio a su compañero al costado, en la otra cama, y entendió que había soñado todo. Aquello no había sido más que un sueño. 
Un nuevo día asomada en esa prisión constituida por barrotes de hierro, paredes grises y ventanas ínfimas a las cuales llegaban algunos rayos de sol. Todo aquel relato no había sido más que su cabeza, recordándole una vez más, que estaba encerrado, preso, pero no sólo en sus pensamientos, sino también en la vida real.




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