Con la sinceridad a flor de piel...

Hacía días que andaba dando vueltas en mi cuarto. Daba vueltas porque dudaba eso de querer salir o no... Después de mucho pensarlo, analizarlo y desmenuzar el asunto, llegué a la conclusión de que me haría bien apartarme un rato de lo que en realidad "soy".

Deambulé por varios lugares. Probé un poco de esto, un poco de aquello, hasta que encontré algo que me gustó y me mantuvo entretenida por un tiempo. Necesito diversión, adicciones, nuevos vicios, porque es exactamente en esos momentos en los que puedo respirar...

Me divierto, sí. La paso bien, también. Pero eso es parte de una máscara que me veo obligada a mostrar cada vez que voy afuera. Dejo todo en esta habitación, y lo traigo a la hora de volver, porque siempre vuelvo conmigo misma a cuestas, al lugar en donde soy mi verdadero yo, pero al lugar en donde, al fin y al cabo, estoy sola.

Ahora, en mis momentos de lucidez, es cuando me pregunto qué parte de mí estaba metida en todo eso, y qué parte te llevaste cuando decidimos irnos. Te estancaste acá, en este lugar, en mi mente, en mi vida, hasta en la puerta de casa, en donde todavía me imagino que algún día te voy a encontrar. 

Y ahora resulta que todo se desmorona porque vivo en una constante negación. Porque no estás, pero tu recuerdo me perturba. Se convirtió en esa sombra en la pared, en esa lluvia que molesta, en ese sol que te encegue, que quema, del que no podés escapar, que te sigue a lo largo del día y se transforma en oscuridad para traer la noche. Porque pasan los días y sigo exactamente igual que antes. Encerrada, una vez más, en mí misma.

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