Diario de un pedófilo (parte I)

(Los hechos de este relato son puramente ficticios. Cualquier similitud con la realidad, es mera coincidencia).

No me acuerdo de qué manera empezó todo. Pasó hace tanto tiempo que no voy a ser capaz de recordarlo por más que lo intente. Decidí escribirlo porque tengo que hablarlo con alguien, no puedo guardarme todo esto para mí. Y no quiero que me vean inocente, es obvio que no lo soy. Sólo quiero que alguien escuche esta campana. No hace falta decir mi nombre, no hace falta decir mi edad, son detalles menores. (Qué irónica la palabra "menor" metida en todo esto...)

Vivía en un barrio muy tranquilo de la periferia porteña, llevaba una vida normal: tenía trabajo, estaba estudiando, vivía solo en un departamento. Tenía un lindo grupo de amigos, lindas personas con las que me relacionaba muy bien. Mi familia estaba lejos, pero no me importaba. Todo parecía felicidad en mi vida, no había nada que fuera anormal o extraño en el desarrollo de estos acontecimientos.

Pero un día, ya no recuerdo cuál, pasó algo que me cambió para siempre: de pasar a vivir solo en el piso del edificio en donde me encontraba, recibí la inesperada noticia de que iba a tener vecinos. Vi las cajas y el fletes cuando se mudaron, pero no presté mayor atención: era algo que en cualquier momento podía llegar a pasar. Los departamentos estaban pegados uno al lado del otro, compartíamos el balcón, el cual estaba dividido por una pared de cemento muy delgada. Yo me preocupé por seguir mi vida como lo venía haciendo: estudiando, trabajando, pasándola con mis amigos. Además estaba conociendo a una chica que me gustaba mucho y me hacía sentir muy bien... Se llamaba Estefanía y era un encanto. Aprovechábamos los fines de semana para hacer alguna actividad recreativa, salir a la plaza, tomar mates o un café, ir al cine, hablar de política, tema que me fascinaba. Me gustaba mucho ella, además era bastante inteligente...

Pasó un tiempo prudencial y mis citas con ella se volvieron más frecuentes, al punto que había días que se quedaba a dormir en mi departamento y tenía pertenencias suyas ahí adentro. A mí no me molestaba: me gustaba que fuese así. Teníamos buena comunicación, muy buen sexo y ella era bastante independiente. No necesitaba más nada.

Una noche en la cual nos habíamos pasado de copas, empezamos a tener relaciones en la mesada de la cocina. Era de madrugada apróximadamente. No nos percatamos nunca del escándalo con hicimos con nuestros alaridos y deseo salvaje. Las ganas podían más y estábamos invadidos de ganas: queríamos placer. Después de todo, somos unas máquinas en busca de la satisfacción constante del deseo. Exquisito.
Nos dormimos y ese día no recuerdo qué más hicimos. Ella se fue a la noche y yo me quedé tomando un café, mirando un documental de los movimientos políticos de principios del siglo XX. No era muy tarde, pero ya me estaba durmiendo en el sillón cuando sentí que el timbre sonó. Me levanté de un salto e interrogué acerca de quién era: "soy Carolina, del departamento de al lado". Me quedé extrañado, preguntándome qué querría a esa hora, un fin de semana y en mi departamento. Le abrí.

Era una mujer de alrededor de unos 40 años, era rubia y tenía cara de buena persona. 

 Disculpá que te moleste a esta hora... No nos vimos nunca, me llamo Carolina, me mudé hace dos meses, más o menos. 

― Qué tal, Carolina? Me llamo L..., te puedo ayudar en algo? le pregunté tratando de ser lo más cortés posible.

 Sí, claro que podés. Esta madrugada estuviste teniendo sexo... al tiempo que decía eso, iba notando cómo un calor recorría mi cara no me interesa, para ser franca. Pero te pediría que tengas un poco más de delicadeza y que trates de no hacer párticipe al resto del edificio de tus aventuras. Casualmente, me tocó escucharte a mí y a mi hija de 6 años. Me parece totalmente imprudente.

 Disculpe, señora, la verdad es que tomé bastante, no fue mi intención le dije lo primero que me salió, me sentía bastante avergonzado.

 No me interesa si tomaste o qué, pero te pido discreción, no por mí, por mi hija. Lo considero una falta de respeto, ya que te imaginarás que ante todo el interrogatorio que me hizo, yo no sabía qué explicarle. Que no se vuelva a repetir, por favor.

 Le pido nuevamente disculpas, no va a volver a pasar... quería encerrarme en mi casa ya.

 Gracias, buenas noches me dijo, se dio media vuelta y abrió la puerta de su departamento. Yo cerré y me acosté. Quería que el día acabe de una vez.


***

Le comenté a Estefanía de aquel episodio, y se preocupó: quiso ir a pedirle disculpas a mi vecina. Yo le dije que no hacía falta, pero ella insistió. Habían pasado unos días, no hacía falta revolver más nada. 

 Escuchame L..., es tu vecina, no se va a mudar y vos tampoco. Nos vamos a seguir viendo los tres. Dejame que me disculpe, me parece lo mínimo que puedo hacer me dijo, al tiempo que me tironeaba de la mano para ir hasta el departamento de al lado.

Me pareció razonable su motivación, así que no opuse mayor resistencia y me dejé llevar. Salimos de mi casa y ella tocó el timbre. Al cabo de unos minutos, salió Carolina, con cara de sorprendida.

 ¡Hola! Lamento la intromisión, pero mi novio (dijo esa palabra y no pude evitar levantar las cejas y mirarla)― me comentó del accidente del fin de semana pasado, y me pareció que lo mínimo que podía hacer era venir a disculparnos por lo ocurrido... Nunca nos imaginamos que...

No terminó su descargo cuando, detrás de Carolina, apareció una niña de unos 6 años apróximadamente. Tenía el pelo negro, lacio, brillante, y unos ojos verdes, grandes, delicados. Miró a Estefanía por atrás de las rodillas de su mamá y pasó su mirada hacia mí. Se me colgó unos segundos en la vista, y su mamá nos presentó.

 Queridos, no se preocupen. Lo único que pido es que no vuelva a pasar. A propósito, ella es A..., mi pequeña hija.

 ¡Hola A...! Soy Estefanía y él es L... dijo la que se suponía que era mi novia, al tiempo que sonreía y se agachaba para quedar a la misma altura que la nena.

 ¡Hola A...! dije, y lo siguiente no lo pude contener Sos una nena muy hermosa... me salió un hilo de voz alrededor de esa frase y no podía quitarle la vista de encima. Fue lo primero que se me cruzó. Si estuvo bien o mal, no sé. Pero dije una verdad. Esa nena era una dulzura.

Ella se metió al interior de su casa, como avergonzada. Nos despedimos de Carolina y volvimos a mi departamento con Estefanía, que se sentía ligera de carga al pedir disculpas. A mí me daba igual, no fue con ninguna clase de intención (... o sí?). Ella se quedó a cenar y charlamos, como solíamos hacerlo siempre. Tuvimos sexo, bromeamos acerca de lo que, a partir de ese momento, podríamos hacer y de lo que no. Nos la pasamos muy bien, y nos dormimos.

Parecía el fin de un día completamente normal. Pero no. Lo que no sabía yo (ni nadie) era que, a partir de ese momento, algo iba a cambiar en nuestras vidas. E iba a hacerlo para siempre.





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