Los bloqueos del primer escrito
Escribir nunca significó un problema para mí. Simplemente porque me siento amiga de las palabras, las conozco, puede hacer uso de ellas para contar cómo me encuentro. Siempre fue sentarme, con lapicera en mano, papel, anotador, libreta, agenda, aquellos lugares que me proponían un rincón blanco donde pudiera anotar vivencias de esos días que se habían ido sin gran relevancia y habían quedado vacíos. En otras ocasiones, había sido una notebook la que me oficiaba de cómplice para que yo largara esas ideas, para que las plasmara en algún lado y quedaran inmortalizadas en un archivo word. Y entonces salía un hilo conductor que llenaba los huecos en blanco. A lo mejor era una parte o un escrito completo, pero las palabras salían, fluían como el agua, como la brisa, como las horas que marca el reloj, como los días que se van (tan lentamente)...
Son ellas que, de pronto, llegan y ocupan mi mente de manera desordenada, se aíslan allí un rato y si no las retengo en un escrito, se van, se pierden en las infinidades de mi inconsciente. Y por mi pereza y mi flojera las culpo, me desvelo pensando qué fue de ellas y cuándo van a volver a aparecer, en ver si me las puedo acordar para aprovecharlas. Culpo al día, al sol que no inspira, a las noches sin lluvia que no me hacen soñar nada. Y además me culpo a mí, porque no soy capaz de darles la importancia que merecen, porque vienen, pero me acompañan un rato y se van.
Entonces se hace presente la noche, tan imponente, cubriendo los rincones de mi casa y de mi mente con su oscuridad. Otro día más donde esas ideas no salieron, donde forzarlas no resultó, estrujar mis pensamientos no dio ningún fruto y ahora todo eso se perdió en el vacío, aquel lugar donde va eso que se muere, que incluye también a sentimientos, personas y vivencias. Tabaco, vino o café, ya no los disfruto, sólo los uso para empezar a remover pensamientos desde adentro, bien adentro.
Y así como las horas fueron plagando el día con su continuidad, vienen ellas, las palabras, vienen por mí, a elevarme, a pensarlas, a saborearlas e inmortalizarlas, a combinarlas y formar oraciones, construir sentimientos y escritos, a través de lo que soy capaz de volcar en esa nube blanca que se hace llamar papel. Las retengo, las uso, las creo, las glorifico, las adoro, porque son ellas quienes me vienen a salvar de la penumbra de los días, son quienes me rescatan de una jornada perdida sin poder expresar, son quienes me acompañan y lo van a seguir haciendo. Son ellas, capaces de mostrar lo que siento. Soy yo respirándolas y transformándolas en un aliento que me da por enteras las ganas de vivir, que me hacen ver al mundo desde otra perspectiva. Que se inclinan ante mí y me invitan a formar parte de su universo. Que vuelven a ocupar este lápiz y este papel, estos espacios en blanco que fueron los protagonistas de estos días.
Las palabras aparecieron y esta vez las aproveché, pude utilizarlas para decorar mi mente. Y ahora elijo perpetuarlas en esta especie de libreta, que se va a llevar mis días y mis noches y va a traer (de nuevo) aquello que ya viví. Donde ahora esas palabras son mi brújula y mi guía para poder continuar, porque me dan una segunda oportunidad y me permiten crear con ellas.
Son ellas que, de pronto, llegan y ocupan mi mente de manera desordenada, se aíslan allí un rato y si no las retengo en un escrito, se van, se pierden en las infinidades de mi inconsciente. Y por mi pereza y mi flojera las culpo, me desvelo pensando qué fue de ellas y cuándo van a volver a aparecer, en ver si me las puedo acordar para aprovecharlas. Culpo al día, al sol que no inspira, a las noches sin lluvia que no me hacen soñar nada. Y además me culpo a mí, porque no soy capaz de darles la importancia que merecen, porque vienen, pero me acompañan un rato y se van.
Entonces se hace presente la noche, tan imponente, cubriendo los rincones de mi casa y de mi mente con su oscuridad. Otro día más donde esas ideas no salieron, donde forzarlas no resultó, estrujar mis pensamientos no dio ningún fruto y ahora todo eso se perdió en el vacío, aquel lugar donde va eso que se muere, que incluye también a sentimientos, personas y vivencias. Tabaco, vino o café, ya no los disfruto, sólo los uso para empezar a remover pensamientos desde adentro, bien adentro.
Y así como las horas fueron plagando el día con su continuidad, vienen ellas, las palabras, vienen por mí, a elevarme, a pensarlas, a saborearlas e inmortalizarlas, a combinarlas y formar oraciones, construir sentimientos y escritos, a través de lo que soy capaz de volcar en esa nube blanca que se hace llamar papel. Las retengo, las uso, las creo, las glorifico, las adoro, porque son ellas quienes me vienen a salvar de la penumbra de los días, son quienes me rescatan de una jornada perdida sin poder expresar, son quienes me acompañan y lo van a seguir haciendo. Son ellas, capaces de mostrar lo que siento. Soy yo respirándolas y transformándolas en un aliento que me da por enteras las ganas de vivir, que me hacen ver al mundo desde otra perspectiva. Que se inclinan ante mí y me invitan a formar parte de su universo. Que vuelven a ocupar este lápiz y este papel, estos espacios en blanco que fueron los protagonistas de estos días.
Las palabras aparecieron y esta vez las aproveché, pude utilizarlas para decorar mi mente. Y ahora elijo perpetuarlas en esta especie de libreta, que se va a llevar mis días y mis noches y va a traer (de nuevo) aquello que ya viví. Donde ahora esas palabras son mi brújula y mi guía para poder continuar, porque me dan una segunda oportunidad y me permiten crear con ellas.
Porque salen del vacío
y vienen a movilizarme.
Y me devuelven las ganas de existir,
de ser
y de volverme perdurable.
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