Un cuento
Hacía frío aquel verano. O por lo menos, así me sentía yo. Eran las 12 de la noche y sentía un ávido interés por prenderme un cigarrillo. Lógicamente, mamá no quería humo en casa y me mandó para afuera. Yo aproveché y me dediqué a caminar. El pueblo estaba desierto. Estaba al borde de la ruta, con una campera vieja y sin ganas de regresar; bastante me aburría estar en casa. Pasé por la puerta del único bar del pueblo, y logré divisar a los mismos de siempre, en pésimas condiciones, como era de esperarse. A pesar de aquella imagen deplorable, no pude evitar fijar mi atención en un hombre que se hallaba sentado en una de las sillas de la barra, mirando hacia donde estaba yo. Levantó su mano izquierda, en la cual tenía un vaso de lo que parecía ser whisky, y, con él, me señaló. Yo noté un calor alrededor de mi cara, y la sensación aumentó cuando su mano libre me invitó a ir con él. Me quedé perplejo en la puerta. Al cabo de lo que parecieron varios minutos, aquel desconocido se acercó ha