Esteban Echeverría

José Esteban Echeverría Espinosa (1805-1851) fue un escritor y poeta argentino, que introdujo el romanticismo al país. Con estudios en Francia, se le atribuye la publicación del primer relato romántico argentino, que fue conocido con autor anónimo. Fue parte de la Generación del 37, movimiento intelectual que rechazaba la monarquía española y buscaba garantizar los derechos de los ciudadanos. Conocido más por sus ensayos políticos que por su obra literaria, murió en Montevideo, Uruguay, a causa de una tuberculosis. Sus restos descansan en el Cementerio del Buceo.



Al corazón

(...) Pero nada me respondes
Dios clemente y soberano:
¿por qué tu auxilio me escondes
y me dejas en oceáno
de dudas siempre fluctuar?
¿Por qué un rayo de luz pura
no me abre senda segura
para poder descansar?
(...)


El desamor

Como muere la antorcha
escasa de alimento,
así morir me siento
en mi temprano albor:
ningún soplo benigno
da vigor a mi vida,
pues vivo sumergida
en triste desamor.
(...)

Himno del dolor

Nada se hace en la tierra sin motivo, y de
la tierra no nace el dolor.
Las cosas, que antes no quería tocar mi
alma, ahora por la congoja son mi
comida.
(...)

Yo te provoco: -¿qué males,
qué ansias o penas fatales
me podrán sobrevenir,
que no haya firme sufrido?
¿Qué pasión no habré sentido?
¿Qué idea no habré podido
grande o noble concebir?

      Mi espíritu en su carrera
      ha recorrido la esfera
      de lo terrestre y lo ideal;
      visto su forma desnuda,
      y sondado sin ayuda
      los abismos de la duda,
      del bien, la vida y el mal.
      (...)

      Como en un espejo terso,
      reflejaba el universo
      sus maravillas en él;
      nada, nada se encubría
      a la inteligencia mía,
      y mi ardiente fantasía
      era un mágico pincel.
      (...)

      Nobles y grandes pasiones,
      pensamientos y visiones
      sublimes, gran porvenir;
      estudio, vigilias largas,
      siempre fastidiosas cargas
      para débil cuerpo, amargas
      horas de oscuro vivir,
      (...)

      ¿Qué placer del mundo activo
      puede tener atractivo
      para mi pesar esquivo?
      (...)

La cautiva, parte primera

(...)
¡Cuántas, cuántas maravillas,
sublimes y a par sencillas,
sembró la fecunda mano
de Dios allí! ¡Cuánto arcano
que no es dado al vulgo ver!
La humilde yerba, el insecto,
la aura aromática y pura,
el silencio, el triste aspecto
de la grandiosa llanura,
el pálido anochecer.
Las armonías del viento
dicen más al pensamiento
que todo cuanto a porfía
la vana filosofía
pretende altiva enseñar.
¿Qué pincel podrá pintarlas
sin deslucir su belleza?
¿Qué lengua humana alabarlas?
Sólo el genio su grandeza
puede sentir y admirar.
Ya el sol su nítida frente
reclinaba en occidente,
derramando por la esfera
de su rubia cabellera
el desmayado fulgor.
Sereno y diáfano el cielo,
sobre la gala verdosa
de la llanura, azul velo
esparcía, misteriosa
sombra dando a su color.
(...) 

Se puso el sol; parecía
que el vasto horizonte ardía:
la silenciosa llanura
fue quedando más obscura,
más pardo el cielo, y en él,
con luz trémula brillaba
una que otra estrella, y luego
a los ojos se ocultaba,
como vacilante fuego
en soberbio chapitel.
El crepúsculo, entretanto,
con su claroscuro manto,
veló la tierra; una faja,
negra como una mortaja,
el occidente cubrió;
mientras la noche bajando
lenta venía, la calma,
que contempla suspirando
inquieta a veces el alma,
con el silencio reinó.

La cautiva: El puñal

(...)
Tristes van, de cuando en cuando
la vista al cielo llevando,
que da esperanza al que gime,
¿qué busca su alma sublime?
la muerte o la libertad.

La cautiva: La alborada

Todo estaba silencioso.
La brisa de la mañana
recién la yerba lozana
acariciaba, y la flor;
y en el oriente nubloso,
la luz apenas rayando
iba el campo matizando
de claroscuro verdor.
    Posaba el ave en su nido:
    ni del pájaro se oía
    la variada melodía,
    música que al alba da;
    y sólo, al ronco bufido
    de algún potro que se azora,
    mezclaba su voz sonora
    el agorero yajá.
    (...)
    La cautiva: La espera

    ¡Qué largas son las horas del deseo!
    Moreto

    (...)
    María espera, a su lado,
    con corazón agitado,
    que amanecerá otra aurora
    más bella y consoladora;
    el amor la inspira fe
    en destino más propicio,
    y la oculta el precipicio
    cuya idea sólo pasma:
    el descarnado fantasma
    de la realidad no ve.

    La cautiva: Brian

    (...)
    Y con voz débil la dice:
    -Oye, de Dios es arcano,
    que más tarde o más temprano
    todos debemos morir.
    Insensato el que maldice
    la ley que a todos iguala;
    hoy el término señala
    a mi robusto vivir.
    (...)

    El crepúsculo esparcía
    en el desierto luz mustia.
    Del corazón de María,
    el desaliento y angustia,
    sólo el cielo penetró.
    (...)

    La cautiva: María

    "La muerte parecía bella en su rostro bello."
    (Petrarca)

    (...)
    ¡Oh ave de la Pampa hermosa,
    cómo te meces ufana!
    Reina, sí, reina orgullosa
    eres, pero no tirana
    como el águila fatal;
    (...)


    Comentarios

    Entradas populares de este blog

    Todos los días, una canción- 1 de enero

    Los cuadernos de Don Rigoberto (Fragmentos) - M. Vargas Llosa

    Fragmentos varios...